La originalidad y la creación

Por Carlos Schulmaister


“La belleza es uno de los bastones de la memoria”

¿La creación es necesariamente original o puede utilizar las ideas de otros? Ningún creador es totalmente original y aquél que se proponga llegar a serlo difícilmente lo logrará.

La impresionante masa de palabras, ideas, conceptos, teorías, sistemas y paradigmas que han existido en todos los tiempos históricos llenarían el espacio cósmico si se materializaran. Consideradas en su totalidad constituyen una estructura compuesta de infinitesimales partes que alguna vez han sido originales y que hoy constituyen el suelo de la civilización. El pensamiento es resultado de los signos externos que recibimos y de su maduración y ejercicio en nuestras mentes, pero el conocimiento de algo no vincula automáticamente con nada próximo e inminente que una secuencia lineal prefigure.

La originalidad no es un insumo que se busque, se compre o se obtenga y se ponga a producir; por el contrario, es una azarosa posibilidad. Es un clic de las neuronas o una suma de ellos; un chispazo o una llama; un fruto del azar o una suma de felices combinaciones.

La historia humana de más de cuatro millones de años está llena de creación, es decir de subjetividad y originalidad, aunque ésta última convierta a cada creador en propietario absoluto de ella por el tiempo que dura un instante en la noche de los tiempos y al instante el fruto de su creación pase a ser propiedad colectiva por toda la eternidad.

La mayoría de las creaciones que alguna vez fueron originales, aunque más no fuera en alguna pequeña porción, se tornan más sencillas cuanto más antiguas son, mientras que otras, a pesar del paso del tiempo, siguen provocando exquisitas resonancias en sus moldes originarios y por lo mismo haciendo perdurar el nombre de sus creadores.

Éstas últimas son las creaciones artísticas, las que al revivir por medio de una nueva apreciación posterior en el tiempo, pueden hacernos vibrar en una cuerda sensible común a su creador y a nosotros mismos por lo que ambos tenemos de común mientras somos distintos y singulares. Ello es el reflejo de lo que pasa en la vida y en la historia: la condición humana es una y simple y múltiple y compleja a la vez. Las preguntas básicas del hombre son siempre las mismas pero a cada instante surgen nuevas formas de responderlas que empalidecen a las viejas.

De modo que este mundo actual, globalizado y posmoderno, novedoso y original, es el mismo mundo donde vivieron otros hombres muy parecidos a nosotros en lo fundamental. Entonces, ¿podremos asegurar que todo lo que hoy consideramos una idea original lo sea realmente? Tal vez nunca lo sepamos del todo para todas las ideas, incluso para las más complejas y actuales. Así, la originalidad no parece tan importante dada su efímera duración. A fin de cuentas todo nos viene del pasado, y si queremos complejizar más todavía esta elucubración todo nos viene de la tierra, que nos da el pan. ¿Serán las ideas tan ajenas a la naturaleza como parece?

Lo que sí puede reconocerse a la originalidad es su misterio, su reconditez, equivalente al perfume de las flores. Los perfumes son efímeros e invisibles, aunque tan hermosos o más que las flores de las que emanan. En cambio las flores duran una vida, a la escala de las flores. Y en una vida humana caben muchas potenciales vidas de flores. Por eso el hombre, como un jardinero busca los perfumes en cualquier cosa tangible o intangible, y así como una vez que conozca la belleza de un perfume lo guardará en la memoria de las fragancias, cuando lo seduzca la fascinante línea de un verso de un poeta cualquiera lo albergará en la memoria de las sugestiones.

Así como el perfume de una rosa —aunque se trate siempre de una rosa distinta— lo llenará de placer y de bien cada vez que la huela, y le permitirá conservar la memoria del perfume de las rosas, la belleza de un pensamiento reaparecerá cada vez que sea exhumado y se afincará más raigalmente en la memoria de ideas; y por más que el tiempo haga olvidar la intensidad de las sensaciones experimentadas en ambos casos, cada nuevo acto lo ligará a ese fondo misterioso que tienen la rosa, su perfume, y la poesía, es decir, la belleza.

La belleza es uno de los bastones de la memoria y ésta, un camino y una meta para el pensamiento. Pero ¿dónde reside la belleza del pensamiento no poético? Desde ya que no en la cadencia rítmica, ni en la eufonía de las palabras, ni en la sugestión de las pausas, por señalar algunas virtualidades de la poesía. ¿Cuál es el perfume de la creación? ¿Dónde reside su originalidad?

Habitualmente pensamos en ella como en lo novedoso; en rigor de verdad, en lo que creemos novedoso. Pero la originalidad es la combinación de una suma de cualidades, entre otras, oportunidad, pertinencia, justeza y justicia, precisión, verdad, singularidad y contexto, claridad, extensión y profundidad de una palabra, una frase o una formulación discursiva. Ellas marcarán la diferencia de apreciación de la potencial originalidad de una proposición o de un conjunto de ellas surgidas en tiempos y lugares diferentes, en situaciones particulares, y por medio de creadores distintos.

Así considerada, la originalidad sería relativa y nunca absoluta. Relativa a aquél que la sepa apreciar más que al creador circunstancial. Cuando Amiel decía que el paisaje es un estado del alma quería significar que el paisaje está en el alma. En consecuencia, la originalidad de un creador, cuando existe, surge en él con la endeblez y la potencia de la semilla, pero sólo fructificará como planta con un destino de fruto o de flor cuando los lectores, o quizá sólo uno entre muchos, coman de ella, humedezcan sus labios o huelan su aroma en el molde de un relato, sintiéndose representados por éste.

Cuando esto sucede, se cierra el circuito de la creación. El creador original ha atrapado al apreciador atemporal, pero éste se ha convertido en un nuevo demiurgo que ha hecho suya la obra haciéndola volar a través del tiempo y del espacio, y reviviéndola por intermedio de un pasaje empírico dialéctico entre dos creadores que nunca se conocieron directamente.

La originalidad, como el valor, siempre depende de los otros. En este caso, consiste en sentirse representado y reflejado en un espejo de palabras e ideas, o en hallar resonancias de nuestras certezas y luces tanto como de nuestras dudas, nuestras sombras y nuestras incomodidades.


* Carlos Schulmaister es maestro, profesor de Historia, Máster en Gestión y Políticas Culturales en el MERCOSUR, docente durante más de treinta años en el área de Pedagogía y Didáctica de las Ciencias Sociales en institutos terciarios del profesorado, gestor cultural, escritor y columnista en diarios del país y el exterior. Es autor de De la patria y los actos patrios escolares, Los intelectuales: entre el mito y el mercado, Gestión cultural municipal: de la trastienda a la vidriera, y otros títulos.

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