por Jorge Alberto Collao
Pareciera ser que muchas veces, lo más fácil resulta ser lo mejor, pero como bien lo sabe la dolorosa historia de la humanidad, esto suele ser un contrasentido. Generar una revista debiese ser como las gotas de agua que salpican del golpe del mar sobre la roca, pero lo que tenemos son revistas que no tienen mar, donde no hay rocas, y menos los golpes furiosos de la fuerza de la cultura. Como siempre, ponemos la carreta delante de los caballos.
Las revistas entonces, sin que exista en el medio una estructuralidad cultural resultan en una especie de frankenstein mezcla de copypaste, esquirlas escriturales, revoltijos temáticos, desconcierto inercial, señuelos literarios, y máscara cultural.
Una revista debiese por lo tanto ser voz y expresión de un fenómeno cultural definido, y mientras más definido tal fenómeno, de mayor importancia la revista, de tal modo que una revista no puede ser registro de una carencia, pues ello jibariza la calidad crítica del medio, sume al público en la desidia, y a los artistas en la inanición creativa.
Que un grupo de personas bienintencionadas sean capaces de generar y mantener un medio de difusión de la escrituralidad de sus pares es una iniciativa quijotesca y loable, pero redunda en un lento, eterno, y adormecido suicidio creativo. Solo en el caso escritural, la necesidad de crear una obra a lo menos básicamente sólida, permite adelantar juicios más o menos coherentes sobre ella, y abrir un campo de crítica que permita finalmente un dialogo virtuoso entre los creadores y para lo cual, las revistas pueden cimentar los códigos necesarios para posibilitar la germinación de ese diálogo a escalas más elevadas, en términos de industria, y en términos de calidad.
Entonces podríamos decir, que antes que la revista es el libro. Y esto no en un afán absolutista o una regla inquebrantable, sino expuesto en un sentido en que las significancias se encuentran bien asignadas a la hora de evaluar el aporte a cualquier pretendido movimiento cultural, contracultural, under, o que se yo.
Y nos encontramos entonces con tareas mayores y retos mayores que la creatividad de los creadores –válgase mil veces la redundancia- no han sabido resolver. Podríamos decir finalmente que el mundo subjetivista del creador se riñe con el banal mundo objetivo de las simples matemáticas, estrellándose con la necesidad adictiva de la dádiva. Y escudados en pretendidos arrestos de genialidad, terminan disfrazando su inoperancia, incapacidad, indisciplina y desidia, en una especie de ostracismo olímpico de artista incomprendido: mediocres conductas lastimeras.
Se requiere entonces una nueva clase de actores que viabilicen la interacción entre creadores y público, en una sociedad cada vez mas estructurada y japonizándose poco a poco, en un uso del tiempo con opciones de fuga ante una globalización que rima cada vez más con idiotización.
Jorge Alberto Collao, Miércoles 9 de Febrero de 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario